lunes, 7 de septiembre de 2009

El Prejuicio al Colectivero

Av. Niceto Vega, Buenos Aires. Un conductor, ex escritor, manejando un 140 por su camino rutinario.

Escucho una bocina, abro los ojos y despierto en el primer asiento de un 140. El colectivo frena en su parada y al estar mi cabeza apoyada sobre la ventana, mis ojos me muestran a Virginia en la esquina de enfrente. Sus 20 años de edad no disimulan su ansiedad tan sólo por cruzar la calle y alcanzar a un simple colectivo que se repite cada 10 minutos.

Miro para adelante y veo el semáforo en verde, el cual no le impide a Virginia alcanzar el colectivo. Mientras los autos la esquivan, se le cae un portafolio que pareciera ser de cuero, estoy casi segura que pertenece a su trabajo. Mientras Virginia lo levanta, noto que efectivamente lleva el logo de una empresa. ¿Por qué estará tan apurada?, pienso que esta llegando tarde a su facultad, si no ¿por qué habría de correr?...

Sube descontroladísima y dirigiéndose a mí caminando atiende su celular. Al atenderlo veo que el modelo todavía no llegó a nuestro país. Virginia comienza hablar y pronto descubro que no entiendo ni la mitad de las palabras pronunciadas; mi problema es que nunca aprendí ingles y menos británico. Ahora empiezo a dudar que Virginia se llame así, sin ir más lejos las iniciales que aparecen en su cartera: S.G denotan más un nombre como: Sarah Goodman.

Entre la monotonía de su voz y que no le entiendo nada, Sarah me deja de interesar; prefiero encontrar alguien más en otra esquina. Por un segundo me distrae la cara de concentración del colectivero, uno a veces quiere creer que están pensando, pero no, es sólo la misma cara de orto que tienen todos. De repente me mira por el espejo, me pongo tan nerviosa que cambio la dirección hacia Sarah, quien pega un grito de violación tal como un: “WWWWHHHHAAATT”. La miro, veo que corta y se sienta en el primer lugar vacío que dejan, el cuál estaba reservado para una pobre anciana. Se desplaza sobre el asiento, arremangándose la camisa mostrando su calor y cansancio. A pesar de su pulserita de oro blanco con una pequeña cruz de Jesús, de católica no tiene nada.

Sarah no debe estar yendo a la facultad, sus elegantes botas Hunter me explican que debe haber estudiando en un Harvard y que se tuviera que estar tomando un taxi en vez de un colectivo. Si bien los colectivos son un transporte público, es de muy mal gusto que alguien de tanto estilo tenga tan poca educación como para robarle el lugar a una jubilada que cobra 500 pesos de pensión por mes.

En realidad por mucho que la observo poco puedo descifrar a donde esta yendo, de hecho parece desear hacia alguien más que algún lugar. Tiene cara de preocupada, como si un amante llamado Hércules se le estuviera escapando en un avión que ella jamás alcanzara. Debe odiar los aviones, si no viniendo del primer mundo ¿Cómo elegir quedarse en un país como este? Quizá intenta ser argentina, pero solo las mujeres verdaderamente bellas y listas podemos serlo.

El colectivo se frena, el chofer debería cambiar de turno con el que cumple el próximo horario. Sin embargo se baja y le dice: “¿Queres que te cubra hoy?, todavía no decidí cuál de las dos va ser la protagonista: la que ignora a la vieja o la que me ignora a mí”.

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