lunes, 15 de septiembre de 2008

Una simple observación

La comida es la fuente esencial que requiere todo organismo para subsistir; a veces este concepto no deja observar sus demás cualidades. Solo algunas personas logran entender el profundo significado de un plato brillante. La gente pide menues, ordena presupuestos, exige horarios y referencias pero nadie realmente saborea la diferencia de una buena cena o servicio.
Hay quienes esperan en su mesa una ensalada, la cual no saben si la quieren, con nuez, queso rayado, crouton o boconccinos. Los ingredientes son los que conforman la esencia de ese plato distintivo que uno desea probar; así como los jóvenes vamos llenándonos de virtudes y defectos para luego formarnos definitivamente como adultos.
La tarea de un chef no es tan simple como a veces se pretende que sea; en su profesión pone sus manos en el fuego solo para que unos cuántos se queden contentos. Un mal detalle, un gusto feo, o un saborizante en demasía y se enfurece tanto como el que lo sostiene para comerlo.
Están los gordos y los flacos, las mujeres y los hombres, los estómagos pequeños medianos y gigantes; y finalmente los que les gusta disfrutar la comida de verdad.
Existen modelos de clientes para todo: los que les gusta lo dulce, o por el contrario lo salado; y están los que encuentran el encanto de las dos cosas.
Nadie tiene el secreto acerca de este placer pero por lo menos podemos tratar de descubrírlo.
Publicada para la revista Cuatro Barrios.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Ruleta Rusa

Entre un kiosco y otro, y mil cosas que compro; solo logro conseguir las monedas mínimas y necesarias para llegar a mi trabajo. Miro mi reloj, ya van diez minutos en la parada y nada pasa, el 106 ni se asoma. Luego de sentir los restos del invierno por todo mi cuerpo, llega el dueño de mi espera. Observo las agujas nuevamente y siendo la única consciente de la rutinaria cuenta regresiva, me lanzo sobre la entrada y me encuentro con que sólo llego a la escalera. Unos gritos se escuchan y la puerta se cierra, metiéndome adentro con todas sus fuerzas. El acelerador sólo cumple su función unas pocas cuadras desbastadas. De pronto se escucha ese ruido, ese maldito zumbido que avisa que otro igual que yo entra. Me doy vuelta para ver quien se anima a subir a la ruleta, pero girando la cabeza me doy cuenta que la señora con el bebé que subió, ya me está empujando sin querer hacerlo. De forma muy agresiva se escucha una queja, de adentro hacia afuera, el nudo de gente no aguanta: 'escuche señora, no entra', dirigiéndose a la señora del bebé; ésta ya había pasado a ser otra figurita más en el vidrio. Un hombre se alarma del tan torpe comentario y defiende a la madre: 'la señora tiene el mismo derecho que vos en viajar'; las miradas se encuentran y por supuesto nadie se mueve, nadie cede el lugar. Sin saber que hacer, apretada contra los tristes ojos de la criatura, siento una mano en mi hombro y una voz que dice: 'haber nena correte, señora deme el bebé que se lo sostengo'. El abogado de la madre ya un poco cansado, lo mira al primero sentado y le pregunta: '¿le podrías ceder el lugar a la señora?', y el joven contesta: 'si me dejasen'. El silencio se encarga de mover a la gente, el joven se para y la madre finalmente se sienta. ¿Cuántos colectivos debemos dejar pasar?. En la Argentina viajamos como monos, sacándonos los piojos unos a otros.