viernes, 12 de septiembre de 2008
Ruleta Rusa
Entre un kiosco y otro, y mil cosas que compro; solo logro conseguir las monedas mínimas y necesarias para llegar a mi trabajo. Miro mi reloj, ya van diez minutos en la parada y nada pasa, el 106 ni se asoma. Luego de sentir los restos del invierno por todo mi cuerpo, llega el dueño de mi espera. Observo las agujas nuevamente y siendo la única consciente de la rutinaria cuenta regresiva, me lanzo sobre la entrada y me encuentro con que sólo llego a la escalera. Unos gritos se escuchan y la puerta se cierra, metiéndome adentro con todas sus fuerzas. El acelerador sólo cumple su función unas pocas cuadras desbastadas. De pronto se escucha ese ruido, ese maldito zumbido que avisa que otro igual que yo entra. Me doy vuelta para ver quien se anima a subir a la ruleta, pero girando la cabeza me doy cuenta que la señora con el bebé que subió, ya me está empujando sin querer hacerlo. De forma muy agresiva se escucha una queja, de adentro hacia afuera, el nudo de gente no aguanta: 'escuche señora, no entra', dirigiéndose a la señora del bebé; ésta ya había pasado a ser otra figurita más en el vidrio. Un hombre se alarma del tan torpe comentario y defiende a la madre: 'la señora tiene el mismo derecho que vos en viajar'; las miradas se encuentran y por supuesto nadie se mueve, nadie cede el lugar. Sin saber que hacer, apretada contra los tristes ojos de la criatura, siento una mano en mi hombro y una voz que dice: 'haber nena correte, señora deme el bebé que se lo sostengo'. El abogado de la madre ya un poco cansado, lo mira al primero sentado y le pregunta: '¿le podrías ceder el lugar a la señora?', y el joven contesta: 'si me dejasen'. El silencio se encarga de mover a la gente, el joven se para y la madre finalmente se sienta. ¿Cuántos colectivos debemos dejar pasar?. En la Argentina viajamos como monos, sacándonos los piojos unos a otros.
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