miércoles, 10 de agosto de 2011

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

Dicen que las personas que estuvieron en masacres, catástrofes o guerras y sobrevivieron nunca volvieron a ser los mismos. Nunca se entiende bien quiénes lo dicen, la verdad no conozco ningún psicólogo especializado en las secuelas que dejan tales hechos. Tampoco estoy muy segura que las personas que hayan vivido tales tragedias sean un prototipo de paciente que recurre a terapia. Creo que son justamente los episodios que no se eligen, los que tampoco se sobrepasan. Y perdonen si cuestiono la capacidad profesional resolutiva de un terapeuta, pero no entiendo como se puede ayudar a un paciente sin poder comprender jamás lo que éste vivió. ¿A qué herramienta se recurre para arreglar otra herramienta?
Hace poco trabajando para un periodista, intenté gestionar una entrevista con una victima del atentado del 11 de septiembre en el World Trade Center. El me explicaba que la única vez que había realizado una nota al aire en una radio había sido con un periodista que hoy descansa en paz y que a éste le había importado un miembro masculino su persona, por lo que él había pasado o sentía. Y en ese instante me pregunté si será que estamos predestinados a vivir algunas cosas sólo para que el mundo no se quede sin escucharlas.
No necesitamos ser periodistas para exigir historias comerciales, no hace falta haber estado en las torres gemelas para filmar películas que nos duelen ver.
En el día a día todos somos parte de ese tire y afloje entre lo que compro y vendo, pero a la noche cuando nos acostamos esta latente ese estado químico que nos exige ser humanamente leales con nosotros mismos.
Y en esta carrera de noticias no se encuentran sólo aquellos cronistas que vuelven del infierno, sino que están aquellos masoquistas que habiendo conocido el paraíso vuelven para dejar contentos a los medios, aunque éstos - como los psicólogos con las víctimas - tampoco entenderán jamás lo que implica vivir para conformar a los demás, a pesar de estar atado a otra realidad. 

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