viernes, 16 de abril de 2010

ALGO QUE NO TOLERO


Estuve pensando seriamente en las cosas que me indignan y entre ellas: lo que piensan, lo que hablan, lo que saben y no dicen, los que se dan cuenta y se hacen, los intolerantes y sobre todo las personas como yo. Soporto casi todo, menos todo eso.
Hoy leí una nota en La Nación  sobre un planteo que hacía el escritor Guillermo Martínez acerca de la actitud que esta tomando la clase media de la Argentina hacia el gobierno Kirchenrista. No se preocupen, no es la política una de las cuestiones que no me deja vivir, es sólo una introducción. De hecho “no la entiendo” como repiten muchos nabos,  y poco y nada me importa.
El narrador argentino plantea un odio irrazonable hacia el gobierno por parte de la sociedad. Y dentro de su análisis me quedó una idea suya dando vueltas: “la gente tiende a descreer de las explicaciones más sencillas y lógicas y, en cambio, cree con facilidad historias de poderes ocultos que conspiran para producirlos. Esa creencia genera la sensación de que uno es un iluminado y no un ingenuo, como todos los que compran la versión oficial”. Sacando de contexto esta frase y transportándola a mi cerebro , voy a explicar que es exactamente lo que no me permite convivir con los seres humanos.
Me pasa un poco esto de imaginar hasta lo imposible con tal de no confiar en lo que se me dice. Rebusco, rebusco hasta hacerme la novela policial perfecta, un desgaste no saben, ni siquiera la escribo. Lo peor de todo es que cuando una realidad horrorosa se presenta entre líneas, no la sé leer. La ingenuidad es una cualidad que me concierne.
Mi mente esta llena de bolsas de basura, la información se conecta a través de camiones recolectores. Los chóferes se parecen todos a Doña Florinda, la chusma número uno de los vecindarios. Y una vez finalizado el trayecto de la basura por la croca, todo se recicla: las bolsas grises se pintan de negro, la basura se ensucia más y todo se vuelve más feo. Las vías de distribución de la materia prima se encuentran manejadas por el gato de Agostina  en el país del paco. Todos las ideas que entran en mi cabeza se entremezclan y oscurecen gracias a mis filtros psicomáticos. 
Ya explicado el funcionamiento del globo terráqueo, paso a relatar como veo todo y a todos. Resumiendo no creo en nada de lo que no cree Shakira. Nunca me supe el credo de memoria, siempre tararee a la par de los que lo pronunciaban sin respirar. Tengo un problema grave, más allá de mi hambre de creencia. Soy una observadora maliciosa, escucho, miro, y en dos segundos encuentro el doble sentido a todo comentario que se hace. La videncia me deja ver más allá de lo que quiero ver. Me doy cuenta de cosas que los demás no se dan cuenta, y cuando pregunto: “¿viste que funalito dijo tal cosa cuando vos Hiciste tal otra?” y todos se me quedan mirando como si las doñas Florindas salieran y se personificaran.  La gente me contesta: “hay estás loca, vos te haces demasiado la cabeza, yo ni estaba prestando atención”. Claro, pero después cuando se los compruebo me dan la razón. El tema es que sólo pocas veces logro comprobarlo.
Doy un ejemplo clave: era un día de semana, volvía de una entrevista en una agencia de publicidad e iba camino hacia la agencia donde trabajaba, la cual era competencia directa. Llegué y fui a saludar normalmente a mi jefa, me miró raro (pensé ésta sabe que vengo de ver al contrincante). Me fui a mi oficina con la cola entre las patas, como suele hacer mi perro cuando sabe que se mando una, y les comento lo que pienso a mis compañeras del trabajo. Estamos hablando de compañeras íntimas, desde antes de entrar al trabajo, así que si están pensando que fueron ellas: ya lo pensé, pero no. En fin, ellas me dijeron que yo estaba loca, que empiece a hacer yoga. A los pocos días, en el medio de una discusión con la yegua, me lo tira en la cara.
Vivencias como estas, 1 por mes. Me doy cuenta de que el diariero versea a mi vieja, que la chica que trabaja en casa va a  matar a mi perro, que dos amigas se miraron y se rieron porque se dijo algo conectado al secreto que sólo ellas comparten, qué se comentó cuando me fui de un lugar, traduzco todo tipo de idiomas indirectos, se todo lo que va a pasar y aún así no lo puedo evitar.
Muchos pensarán que- como explica el escritor- me creo más inteligente que las personas pasivas que solo distinguen la primera versión. Pero esta inteligencia me hace ver muertos en el jardín.
Diiiios, ni tan importante, ni tan polémica. Paranoia indescifrable, siempre soñando lo mismo: me caigo y no me levanto. Ah pero queeee original, ahora sí. Dudo de mis propias palabras, es más se que ahora están pensando: “¿y ésta? ¿que se hace la rara?”. ¿Saben lo enfermizo que es, adivinar de lo que alguien va a hablar solo porque pone un tono determinado de voz? ¿Ir al psicólogo y analizarlo yo a él? Le dije a mi tía: “no voy a ir más al psicólogo, no me mira a los ojos cuando digo cosas tristes” y al siguiente día me manda al diván, que quede claro: De es-pal-das.
La última les juro: cada vez que estoy estresada o nerviosa, me duele la panza. Cualquier cosa triste que sucede en mi vida, la panza, cada examen final, la panza, cada mala noticia, la panza. Yo le dije a la familia de mi novio: “ para mí tengo colon irritable”, “jua juaaaa” se reían todos los integrantes de la familia Ingalls. El otro día fui al médico: “¿qué tengo doctor?”, “mmmm, déjenme ver señorita, le voy a mandar a hacer unos estudios de sangre pero por lo que veo lo más seguro es que sea un colon irritable”. Y ahora, ¿qué me dicen?
“Buena David Cooperfield” debe estar pensando mi amiga de dientitos grandes. Pero son sólo las cosas que yo sabía, que yo dije, las que no me dejan en paz. Todo lo demás no me jode.


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